En ocasiones, mejor manera de censura es cuando viene de los propios afectados, aunque es cierto que en otras ocasiones la autocensura es triste o deleznable.
A mis alumnos de 4º de ESO les he encargado la lectura de un breve artículo sobre ello. Un escrito que nos acerca a la conocida anédota en el que, en la Navidad del 14, las tropas de las trincheras de la Primera Guerra Mundial decidieron regalarse unas horas de descanso y de humanidad eliminando así, de un plumazo, la existencia de la terrible guerra.
El hecho, obviamente, fue prohibido por los respectivos Estados Mayores y los combates se reanudaron un par de días después. Me imagino a Gila cuando, a su vez, me imagino a los generales de los diferentes países enfrentados llamándose entre ellos escandalizados sobre lo berlanguiano del asunto.
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