El autor llega al barrio de su amigo judío y se encuentra con el panorama:
La situación era caótica, pero se trataba de un caos más bien inofensivo. Los negocios judíos (...) estaban abiertos, pero ante las puertas de las tiendas había miembros de las S.A. apostados con las piernas abiertas. Los escaparates estaban pintarrajeados con obscenidades y casi todos los dueños de los negocios se habían vuelto invisibles. Los curiosos deambulaban por delante de los establecimientos, medio asustados y medio alegres por el mal ajeno. (...) Aquello no tenía pinta de derivar en un derramamiento de sangre.
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