lunes, 1 de diciembre de 2014

Des-recomendación

Un día entré en la biblioteca de la Facultad de Educación y perdido entre libros mastodónticos encontré un libreto de escaso tamaño pero de interesante título: "Música rock y satanismo". Tras una ojeada decido  comprarlo ya que el tema siempre me ha interesado, es decir, la leyenda negra del rock and roll. De hecho, en la contraportada ya anunciaba una atractiva frase: ¿Qué ocultas maquinaciones se esconden tras el movimiento rock?

Pero lo que creí que era una manida ironía resulta que iba de veras. El libro critíca la música rock con unos argumentos muy sofisticados: Estamos tan ciegos, y nuestra sensibilidad musical tan desgastada y atontada, que nos llegan a gustar los alaridos inconexos y arrítmicos vociferados por seres tan horrendos que haría huir a cualquier salvaje.

Pero uno de mis párrafos predilectos a modo de declaración de intenciones dice así:

(...) no sólo los músicos o los compositores se drogan, también lo hacen los auditores o espectadores, en los conciertos o en sus domicilios. En muchas ocasiones, los grandes conciertos de rock, en los que suele haber un elevado número de muertos (!?), constituyen verdaderas ceremonias "contra-iniciáticas" colectivas en las que los auditores más abiertos, ya sea por las drogas, ya sea por la dinámica de grupo o la histeria colectiva son "fecundados" por las "semillas de las tinieblas".

¡Toma ya! No puede ser que el tal René Laban exista (no encuentro documentación sobre él) creo que es un panfleto de Frank Zappa, Iggy Pop y Tom Waits a seis manos (seres horrendos que vociferan y que sueltan alaridos inconexos) para partirse el pecho a costa de nosotros, meros mortales.

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