Hace más de 20 años nuestro profesor de árabe de la facultad
nos habló de Salman Rushdie. ¿La razón? No lo recuerdo pero lo cierto es que
siempre le preguntábamos cosas sobre su país natal, Egipto, y sobre otras
cuestiones del Islam. Él era un musulmán heterodoxo (le encantaba el jamón) y nos explicó que no
entendía bien la polémica en torno a la obra de este autor británico (de origen
indio) que había llevado a que el propio ayatollah Jomeiní leyera una edicto religioso
por radio en el que se condenaba a muerte al escritor.
No he leído Versos Satánicos (¿Alguien lo ha hecho?), mi
profesor nos contó que le pareció aburrido y eso me bastó en su momento y me
basta ahora para no lanzarme a ello. Pero quisiera recordar que por culpa de ellos se asesinó (a algún traductor), se agredió (a algún editor) y de hecho, se prohibió en una serie de países, no todos musulmanes: Pakistán, Arabia Saudí, Sudáfrica, La India, Indonesia, Egipto, Somalia, Bangla Desh, Sudán, Malasia, Indonesia, Qatar...
Pero el otro día leí unas declaraciones suyas, me refiero a Rushdie, y me
gustaron, muy atinadas (quizá demasiado preparadas). Parece que iban destinadas a un lugar como éste que estás leyendo y,
por tanto, lo corto y lo pego:
Y llegué a la conclusión de que sí, que era necesario encarar
batalla. No solo eso, sino que se trataba del regreso a una lucha que
creíamos haber ganado hacía tiempo. La batalla de la Ilustración. Hace
200 años estaba claro que el enemigo no era el Estado, sino la Iglesia.
Que para crear un clima de auténtica libertad de pensamiento resultaba
crucial derrotar el poder de la Iglesia para limitar lo que se podía
decir. Acabar con las inquisiciones, las excomuniones, las torturas. Que
no podía permitirse a la religión dar permiso para decir lo que se
podía decir. Gran parte de nuestra actual concepción de la libertad
deriva de esa época. Creíamos que no íbamos a vernos obligados a volver a
luchar por eso.
Fuente de los países en los que se indica su prohibición
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